La habitación se llenó de pequeños topos de luz. Giraban sobre ella, como un viejo carroussel.
Desnuda, sobre la cama deshecha, le recordó a un paisaje desierto con las dunas tostadas cortando la línea del horizonte. Desde dónde él estaba, el sillón de terciopelo marrón, alargó el brazo y la sujetó entre sus dedos índice y pulgar.
- Qué bien - quiso oírse dentro de su escena perfecta. Su oasis. - qué bien...
La chica sonrió ligeramente.
Seguía dormida.
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