31 de enero de 2008

Monólogo.

Empiezo.

Al principio es difícil. Si hubiera sabido lo vitales que eran los días en aquella época, los habría cuidado más. Crecer deprisa, para qué. Ahora a duras penas recuerdo lo más importante.
Quizás mis raíces no sean esas. Puede que naciera arriba, entre las ramas.
Siempre me ha gustado, o, seamos francos; siempre he preferido vivir las cosas a cierta distancia. Eso me produce seguridad. Mi miedo a ser herida es algo inmensurable. No tanto por el dolor, sino por el orgullo. El auto castigo. El autoexilio. Es un acto cobarde; lo sé. Nunca he sido muy sincera en ámbitos que realmente me afecten o estén relacionados con mi persona. En temas afectivos me reservo muy mucho mis sentimientos. Hace un par de días caí en la cuenta de que hace muchísimo tiempo que no digo “te quiero” a alguien. Y son muchas las veces en las que aún sintiéndolo, no lo digo. Las palabras me dan miedo. Los sonidos. Son tan reales. Es como un muro infranqueable, un ejército de clavos atornillando el momento en tu mente. Me cuesta tantísimo hacer uso de las palabras que a veces desearía que no existieran. ¿Cuál es el puto problema? ¿Porqué me cuesta tanto escuchar o hablar? Si en el fondo es lo que más necesito.
Es negar lo que se me ha negado, o negar de lo que abusaron. El caso es negar, negarme.
El caso es darle vueltas y más vueltas.
El caso es no ser capaz de decir de una puta vez la verdad.

Acabo.

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