Con el sentido ciego
de la vista
con la memoria por retina
y un iris blanco, virgen,
rebosante de nada.
El miedo tiembla
al oír su propio nombre
con tal agonía
que empequeñece y llora
y llora, y duerme.
Tengo dos manos.
Con una,
agarro la otra.
Y de guía un latido.
Una ceguera
de los sentidos
como pasaba tiempo atrás
cuando los callabas.
Y aún así, confieso
que me pierdo entre las dobleces
de tantas letras.
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